DIARIO DEL ORÁCULO DE DELFOS XXV

Palma de Mallorca, 7 de julio 2017

Días de soledad y julio. Me estoy dando cuenta que sufro una soledad que no debe entenderse como algo cotidiano o pasajero, sino como un alud existencial que provoca en mí el argot del dolor y un naufragio como un cuadro de Géricoult. Mi soledad es endógena, neuronal, vasija hundida en los fondos de los océanos. Todos mis amigos han desaparecido, están con sus cosas, familias, trabajos, evolución de las edades. Yo tuve muchos amigos en mi etapa de juventud, recién acabada hace ya dos nanometros. Me ha llegado el momento de existir por el mero hecho se seguir haciéndolo. He calculado que mi aislamiento se debe a mi devoción por la escritura y por la lectura. Apenas salgo de casa, no tengo citas, no visito aquellos bares que en mi juventud conformaban la bulla de la amistad y la poesía, la jerarquía de la ciudad y mis intervenciones ante un público que escuchaba mis poemas, mis presentaciones de libros, mis conferencias. Todo aquello ya acabó. Por lo menos de momento. Ahora mi soledad es como la del lobo estepario de Herman Hesse. Hay dos tipos de soledades: la buscada, que es la más alta gratificación del ser humano, y la obligada, la que está puesta ahí como por casualidad, que es la más atroz que un hombre pueda desear. Mi soledad está circunscrita a la trampa de las almadrabas.

Yo sé que saldré de esta soledad el día que menos lo espere. Allá cuando regresen las auroras boreales y el mundo vuelva a semejar algo bello y como opio fumado en los cuchitriles de los tiempos remotos. Necesito regresar a mi juventud para rejuvenecerme. Yo ya soy sólo yo y he perdido la circunstancia. Y aun siendo gran lector de Ortega no consigo logar que la vida me rodee con sus dulcísimos cantos de esperanza y esas sirenas que llamaban la atención de Ulises. Me urge la navegación. Una navegación que recorra tierras, valles, universos, exposiciones de arte, en definitiva, interconectividad con los otros. Ah, pero los otros a veces me hacen pensar que el mundo soy sólo yo y que no existe nada más que mi vida. Seguramente estaré equivocado. Seguramente no, así lo siento como una amenaza contra mi jamás y mi nunca. Estoy leyendo a Borges. Mi ceguedad es tan profunda como una historia universal de la infamia.

Emilio Arnao.

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