DIARIO DEL ORÁCULO DE DELFOS

Palma de Mallorca, 11 de mayo de 2017


Inicio hoy, día de las ceremonias de las rosas, este diario que, gracias a la siempre atenta editorial Carena, voy a ir domiciliando en esta página web. Se preguntarán ustedes, mis amantes lectores, del porqué del título del diario: “Oráculo de Delfos”. Yo les contestaré: será a partir de lo que hoy comienzo una especie de consulta al templo de Apolo, donde las sibilas, allá en la antigua Grecia, al pie del monte Parnaso, consagrado al propio dios Apolo y a las musas, en medio de las montañas de la Fócida, predecían el futuro o el devenir de todo aquel que viniera a preguntarles. Yo quiero ser esa sibila -aunque mi belleza física y mi sexo diste tanto de aquellas vírgenes que utilizaban las drogas para caer en una suerte de trance en donde, gracias a él, se comunicaban con los dioses a fin de poder resolver, siempre desde un lenguaje jeroglífico, cuestiones como el amor, la muerte, la virtud, la conquista de un imperio, etc.

Esta va a ser mi labor en este Diario que hoy comienzo, es decir, tratar de resolver preguntas, cual sibila embriagada, que irán encaminada en todos los conceptos que me vengan al caso, me refiero a materias como la filosofía, la política, la cultura, el humanismo, la sociedad, las artes, etc. etc. Doy por iniciado, pues, este mi Oráculo con la intención de que ustedes comprendan lo que en mi pensamiento se va a ir resolviendo a través del lenguaje, pues creo que, como decía Wittgenstein, es el lenguaje el que procesa toda epistemología filosófica, esto es, una teoría del conocimiento, si bien Wittgenstein, en su primer libro “Tractatus Logica-Philosophicus”, admitió lo siguiente: “Los límites del lenguaje son los límites del mundo”.

Trataré yo, que soy un poeta sin brazos y con una adicción al café, de ir intentando sortear esos límites. Por lo tanto, prepárense ustedes, mis amantes lectores, de lo que viene a continuación de este mi primer día en que la sibila está ya preparada para adivinar este confuso clariver que es el universo.


Emilio Arnao.

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