DIARIO DEL ORÁCULO DE DELFOS XV

Palma de Mallorca, 8 de junio 20117

Hoy quiero hablar sobre el concepto de la angustia. Se trata de un concepto que he investigado en mi novela filosófica titulada “La Piedra o la muerte de la filosofía”. Allí digo, mediante una de los protagonistas, Andrea, mi prima -prima real según mi genealogía- que la angustia procede desde muy diversos frentes, diciéndolo con Kierkegaard -filósofo que no es de mi gusto- toda angustia proviene de la pecaminosidad alertada en Adán, esto es, desde un punto de vista teológico, todo lo que nos angustia proviene del cristianismo y de su deseo de rechazar el cuerpo como tal, ese rechazo nos conculca a su vez el miedo a la nada, al vacío, a la muerte. Leyéndole con Heidegger -otro de los filósofos al cual no soporto, pues creo que su gran libro, “El Ser y el Tiempo”, amplía en 500 páginas el ex voto del Ser a partir de una terminología y un hiperbolismo que bien podría haber sido resumido en un artículo para periódicos-, la angustia proviene del deseo de no hallar al Ser instalado en el “dasein”, esto es, en el “estar-ahi”, es decir, en la existencia propia. Toda existencia está ceñida como un comején de un combate contra el tiempo. Es el tiempo quien publica la nada, pues es sólo ésta la que va trepanando toda vida al pulso del vitalismo, de la fe, de la voluntad de poder. La angustia tensa el aplauso que se merece el mundo.

Nietzsche aborda la angustia como una continua tensión entre el bien y el mal, entre lo apolíneo y lo dinosíaco. Es en este combate ético -tan estudiado por Kant, el gran gurú de la ética transcentental- es el que nos hace ver la cicuta socrática hasta hacernos desaparecer como seres humanos. Entre el bien y el mal -expulsando toda idea teológica-, vamos entreverando ideas, costumbres, terminologías, acciones, historia, presente y devenir hasta quedar sometidos a las leyes de una legislación moral que nos aniquila y nos destruye con sus cien cabezas de serpiente. La angustia es el monstruo nacido desde la negación del vivir en pureza, en nuestra realidad forjada a partir de nuestra propia ética, en lo que debemos decidir qué es bueno y qué es malo para las costumbres filosóficas que deben radicar en nuestra mismidad, esto es, en la profundización de nuestro yo. La angustia se evita haciéndole caso a nuestro yo, que Heidegger define como “Ser”. No podemos seguir viviendo con la angustia porque ésta se convierte en la militarización de nuestra coetaneidad.

Seguiré informando.

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