DIARIO DEL ORÁCULO DE DELFOS XIX

 Binisalem, 13 de julio 2017


Me levanto con dolor de cabeza, es como si llevara una placa de cemento dentro de mi cabeza. Desayuno café expreso, salgo a la terraza y fumo un cigarrillo, me meto en la piscina, escucho con los cascos del móvil una canción de Manolo Carrasco que titula “No dejes de soñar”. Y así parece que todo vuelve a ponerse en su sitio, que las cosas ya fabrican el ritmo de la mañana, ese ritmo tan necesario para fundirse con la naturaleza y acordarse de que la vida no se hace en un instante, en un día o semana, sino que hay que volver a reconstruirla de la nada hacia el todo, hacia ese yo que permanece preso en las mazmorras de la memoria, como si de repente todo el peso del corazón te viniera de golpe y doliera como el odio de Dios, emponzoñando el alma hasta aniquilarla por completo. Siempre hay un tiempo para volver a lavarse el cuerpo y darse cuenta que la vida es una cuestión de épocas, de zonas enfermas que hay que curar. La luz siempre está hacia delante, nunca hacia atrás. Creer en uno es creer en la otra época que está a punto de llegar.

Aquí, en el campo, todo sucede muy lentamente. Escucho por las tardes música zen después de relajar mi cuerpo durante mucho tiempo en la templanza del agua de la piscina. Voy buscándome en el universo, en eso que soy yo y que no sé todavía muy bien qué es. Me acaricio los brazos para darme cuenta que todavía sigo vivo, que me espera lo mejor que ahora todavía no puedo ni siquiera imaginar. Pero el mundo cambia cuando el piar de los pájaros así lo decide. Me asomo a la naturaleza y veo el azul de mis ojos en cada partícula, en cada abeja, en cada hálito que respira en silencio. El silencio me trae hacia mí, hacia mi ser más escondido, más desconocido también. Yo no sé muy bien quién soy, pero sé que soy algo, alguien, una palabra, todo el lenguaje, la infinitud que aún me queda por alcanzar. Sentirse vivo es comprender que la vida siempre es un drama. Pero tras el drama suelen llegar los nuevos héroes que vuelven a forjar de nuevo la comprensión absoluta de la naturaleza. Voluptuosidad y calma. Ilusión y fe. Disparad los días hacia los otros días.

Emilio Arnao.

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