DIARIO DEL ORÁCULO DE DELFOS XXIV

Palma de Mallorca, 5 de julio 2017

Estoy leyendo la novela “El lobo esperario” de Herman Hesse. A Hesse le debía yo mis ojos y mis tribulaciones. Por fin lo he vuelto a coger. Me está gustando la novela en su discurso entre filosófico y literario, pues la dualidad que representa el protagonista entre medio hombre y media bestia funciona bien en el devenir de los acontecimientos. Yo creo que todos tenemos algo de lobos esteparios, es decir, esa doblez que ajardina cuerpo y alma en que a veces nos sentimos hombres serios, bien educados, incluso alegres, y otras nos enfrentamos con ese terrible monstruo que todos llevamos dentro. Todos somos lobos en las estepas que vamos por las ciudades acusando el cansancio de nuestra propia conciencia, de nuestro propio ser, de nuestra propia propensión a la divagación, a la ocultez, a la animalidad. ¿Quién no se ha sentido en cierto momento una bestia en medio de la nada o justo en el centro del todo? Yo creo que todos nosotros.

Yo mismo me considero esa bestia que hay en mí, la cual me hace zarpar hacia las lejanías de mi soledad, de mi encendido carácter, de mi misantropía. El lobo no quiere saber nada de la sociedad que le rodea, simplemente porque le da asco, la abomina, no se adecua perfectamente al ritmo y al baile hipócrita que va marcando el mundo cuando el mundo se disuelve más allá de lo lógico, de la normativa, del dogma, de lo que se considera verdadero -aunque toda verdad sea siempre falsa-. Todos somos lobos en algún momento de nuestras vidas, por eso la literatura de Hesse nos atrapa y nos conmueve además de adentrarnos en los más profundos avatares de nuestro psicologismo. No habla Hesse de locura, sino de algo peor, de la soledad intensa que a veces invade al hombre que se cree insertado en la comunidad pero que en el fondo la detesta tanto como a él mismo. Hesse se mereció el Nobel y recomiendo vivamente este lobo estepario que os hará sentir ese yin y ese yang que nos somete al pinchazo de la jeringa cuando todo puede ser o luz u oscuridad, aurora boreal o terror, fruta entre los labios o salfumán navegando por nuestro interior más ténebre al cual no acostumbramos a amar, sino a repudiar como si fuera escoria, una necedad o algo que se aleja más allá de la propia libertad del hombre. Todos somos manadas de lobos dejando nuestras huellas por las estepas nevadas. ¿Quién puede decir lo contrario?

Emilio Arnao.

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