DIARIO DEL ORÁCULO DE DELFOS XXXII
Binisalem,
18 de julio 2017
Me amo discretamente, muy
despacio, con agua y pájaros, con música zen y helados de chocolate. En efecto,
aunque semeje una vanidad, debo decir que me estoy amando porque lo encuentro necesario,
porque ya me tocaba, porque estoy aprendiendo que, si uno no se ama a sí mismo,
es imposible amar a los demás. El amor nace de uno para expandirse por todo lo
que te rodea. Sólo acariciando tu interior es como todo lo exterior se torna
más sencillo, más fácil, más esperado. El amor es uno proyectándose en todo lo
que está más allá de uno. Desde el dolor no se puede crear una existencia
plena, un tiempo en que todo parezca que se alumbre con sólo observar la noche
o la hierba de los campos.
Aquí, en medio de toda
esta naturaleza, pienso en lo rápido que pasa el tiempo y en cómo puedo
detenerlo. Al parecerme tarea imposible, procuro gozar de cada instante, de
cada cronología como si fueran los últimos. La detención del tiempo es una
tarea que todavía deben lograr los científicos. Llegará el día en que podamos ubicarnos
en un momento feliz de nuestras vidas para vivir allí eternamente. No es una
utopía, sino una realidad que ahora mismo somos incapaces de comprender. El
paso del tiempo es el inmenso drama de nuestra contemporaneidad, de estos
tiempos modernos en que la vida se nos escapa como ambulancias que pasan a toda
velocidad con un herido dentro. La herida del tiempo debe alcanzar su cirugía,
su tratamiento, su método científico. Detenerse y vivir ya para siempre en un
solo momento, ese momento en que todo está completado y engrandecido, es el
sueño de todo poeta romántico, de toda mujer extraordinaria, de todo niño que
juega con la pelota en la piscina. Mientras tanto, intentemos aprovechar cada instante
que pasa como si eso no ocurriera, como si, respirando profundamente, todo
dejara de transcurrir: el círculo del sol, la maldad de los hombres, la caída
de la lluvia, el tráfico de las ciudades, todo ese mundo que va hacia delante
dejando atrás sólo una huella indeleble, un sonido sordo, una emoción encogida.
Yo, aquí, en medio de la
naturaleza, estoy intentando que el tiempo se detenga aunque sea lo que el
mismo tiempo no es, esto es, esencia de lo absoluto en su camisa de hilo.
Emilio Arnao.
Comentarios
Publicar un comentario