DIARIO DEL ORÁCULO DE DELFOS XXXIV

Binisalem, 25 de julio 2017

Pasan los días y no hay manera de retener el tiempo. El tiempo se escapa como el agua de los manantiales. Yo observo el tiempo tumbado en mi hamaca en la terraza y lo percibo en pequeñas porciones, en fragmentos tan diminutos como letras españolas. Sé que cuando me vaya de aquí, de esta naturaleza en que todo se completa y en que escucho los ladridos de los perros, recordaré con nostalgia esta época de verano en que mi alma se ha llenado de frutas, de cigarrillos rubios o de respuestas antes las cientos de preguntas que me estoy haciendo. Reconstruirse es sólo una cuestión de soledad, de reflexión sobre uno mismo y sobre lo que fue, lo que está siendo y lo que va a ser. Tengo miedo de que vuelva el tiempo de las obligaciones, el trabajo, un horario convulso, el ruido estridente de la ciudad, el ir con prisas y el estar expuesto a la tensión que supone regresar a la sociedad de los hombres.

Mi soledad aquí es sublime, perfecta, abisal. Al atardecer me baño en la piscina hasta que logro una eficaz conexión entre la naturaleza y mi corazón. Veo a los pájaros volar y el sol se esconde al fondo tras las montañas. Llega la noche. Es el momento más especial. Ceno en la terraza y me fumo un cigarrillo que es el mejor de todo el día. Escucho música con los cascos del móvil y voy aprendiendo a demorar la vida en objetos casi invisibles. La invisibilidad me propone la asunción del concepto de mi ser. Soy un ser terriblemente abocado al goce de un tiempo que sé que desaparecerá. Tengo miedo a la desaparición de estos días. La luna teje el perfume de las hojas del eucaliptus.
Yo no sé por qué razón las buenas épocas se tienen que terminar, por qué cuando uno es feliz tiene que romper con ese estado de serenidad y de abertura hacia todas las sensaciones del mundo.

Mañana volverán los hombres a morderme en el estómago y yo sólo haré que pensar en estos atardeceres en que todo semeja la profunda recaudación con mi yo más invicto. Soy un hombre que no quiere creer en el mañana. Hoy y sólo hoy. Ésa es la inmensa belleza de la que todos no deberíamos separarnos ni desecharla. Vivir y sentir y dejar de sufrir.


Emilio Arnao.

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