DIARIO DEL ORÁCULO DE DELFOS XXVII


Binisalem, 11 de julio 2017


Hoy he dormido bien. Mis insomnios son brutales como tiburones blancos atacando mis marcas neuronales. Aquí en el campo, entre la naturaleza y el frío de la madrugada, gracias a los nuevos hipnóticos que me han mandado, duermo como un gigante en medio de una novela de caballerías. Dormir bien es fundamental para luego asistir a la vida con la claridad del diccionario del tiempo a combatir. Todo tiempo se combate como si mantuviéramos contra él una conquista de imperios y de lejanas historias. El tiempo es la Historia del hombre. De lo que se trata es de saber manejarlo, evitando caer en la rutina, en el vacío de las horas, en el estar haciendo algo sin saber por qué razón o a qué se debe la misma existencia cuando ésta semeja absurda o excesivamente ridícula, lela, sosa, llorante y repetitiva. Decía Goethe que la felicidad es un hombre en acción. Estoy de acuerdo. Lo que necesitamos en el día a día es tener algo que hacer, un sitio adonde ir, encontrarse con la circunstancia como si el yo persistiera en ese otro yo del que ya nos habló Ortega. Hay que estar haciendo siempre algo, de lo contrario el tiempo te borra, como la lejía al azulejo, toda ilusión o toda motivación por las cosas. Vivir es estar siempre en movimiento.

Yo aquí, en Binisalem, en el campo, prácticamente no hago nada, pero esa nada está llena de lo Absoluto, pues son estas pequeñas cosas –un libro, escribir un artículo, estar tumbado en la hamaca dejando que el sol aplaque el vértigo, bañarse en la piscina como si el agua fuese el sonido de la memoria- las que consiguen ensanchar cualquier motivo de existencia. Vivir puede convertirse en algo mínimo, apenas visible, sin grandes homenajes a las profundas jornadas. Vivir desde la sencillez, desde casi la nada, dejando que el tiempo –ese lobo estepario que es dual como el carácter- no recorra ese trayecto que nos conduce a las inmensas hazañas. Vivir no es una hazaña, en todo caso, un ir hacia delante evitando siempre que lo de delante se detenga como un ferrocarril varado en un andén. La lucha contra el tiempo es la lucha contra uno mismo. Se trata de ganarle siempre el alzamiento de todos los aviones que surcan los cielos del mundo.

Emilio Arnao.

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